Sufridos compatriotas, (esperamos que nadie se ofenda por referirnos a la patria), nuestro no querido (la verdad por delante) desgobierno, con una loable intención que debemos agradecerle, decidió amenizarnos el comienzo de las fiestas del solsticio de invierno, (lo de navideñas suena a rancio y facha), con una actuación que no sabemos cómo catalogarla exactamente, si como ópera bufa, teatro del absurdo, o carnaza para distracción y alimento intelectual de retrasados mentales. Nos referimos tanto a la reunión entre el presidente por accidente del desgobierno de la nación (no mencionemos a España), y el presidente subordinado al anterior según la Constitución, de una parte de la misma, como a la reunión del consejo de amiguetes celebrado el día siguiente.

Lo primero que ha extrañado son las fechas elegidas. ¿Qué se pretendió?, ¿¡un pulso?, ¿un golpe de efecto? Los ciudadanos no estamos para juegos cara a la galería.

A quien le guste el teatro que se haga actor profesional, aunque mucho nos tememos que nuestro presidente por accidente lo tendría crudo, pues como según informaciones aparecidas en diversos medios, hasta ahora fracasó en todo lo que intentó (incluso en el baloncesto donde solo lo admitieron porque era alto), no llegaría muy lejos. Alcanzó el puesto donde está no por méritos propios, eso no se lo cree ni él, sino por claudicar vergonzosamente ante separatistas y extremistas.

Su compadre de actuación ha sido un descerebrado, no le puede denominar educadamente de otro modo, que se considera ejemplo de una raza superior, para el que los españoles somos “carroñeros, víboras, hienas, bestias con forma humana, con un pequeño bache en nuestra cadena de ADN”.

Los dos han sido oficialmente los coprotagonistas del aperitivo de estas fiestas, aunque para precisar debemos aclarar que en verdad ha habido un protagonista, el racista catalán, y una comparsa, el presidente por accidente.

No sabemos de ningún dirigente político, en cualquier nación, que admita reunirse, y menos de igual a igual, con un subordinado suyo, que desprecia, ofende y humilla de tal manera a los ciudadanos que representa. No solo eso, encima le permite, porque eso es lo que ha pasado, que le marque la agenda. Los españoles merecemos un respeto y no podemos admitir estar sujetos a los deseos de gentuza de semejante calaña.

Sabemos que estas consideraciones no les gustarán a ciertas gentes, a aquellas que opinan que hay que ser políticamente correctos, que todos somos buenos, que hay que entender y comprender, pero nos preguntamos, ¿cuánto tiempo llevamos comprendiendo, entendiendo y dialogando?, ¿para qué ha servido? Para nada, mejor dicho para que cada vez las cosas vayan a peor.

Hay un marco legal, la Constitución, aprobado mayoritariamente por todos los españoles. Apliquémosla, que para eso está. Si hay que modificarla, en ella se regula el procedimiento para hacerlo, pero sea la vigente u otra modificada, se aplica y listo. Sin embargo los políticos que están en el machito, son tan timoratos que bajan la cabeza y proclaman, como les mandan, que actuarán “dentro del marco de la seguridad jurídica”. Déjense de historias y atrévanse a decir, que actuarán dentro del marco de la Constitución, y la aplicarán estrictamente, (si es que lo vana hacer), con todo lo que ello implica.

Por cierto, los independentistas ya han logado un primer éxito, al aceptar el desgobierno el mea culpa con lo ocurrido al que proclamó el Estado Catalán en 1934, que en diez horas de existencia costó ciento diez muertos, y que dos años  más tarde creó una milicia armada, dependiente únicamente de su gobierno, que según estudios fue responsable de ocho mil muertos. Españoles ¡sigan tragando!

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