La semana pasada nuestros amables políticos nos ofrecieron, suponemos que para entretenimiento del personal, un espectáculo cuyo final estaba cantado de antemano.
Nos referimos a la moción de censura que ha tenido lugar en el Congreso. Lo primero que podemos decir es que nacía muerta, pues teniendo en cuenta el número de diputados de los partidos del gobierno, a los que indudablemente se añadirían los de los separatistas, etarras y similares, aunque el resto hubiese votado a favor no les llegaba el número.
Aún así, sabiendo de antemano su derrota, el grupo que la solicitó la llevó a cabo. En este sentido debemos agradecerle su postura honesta. Dice una cosa y la hace. Todo lo contrario a lo que estamos acostumbrados de nuestros políticos. Ahora dicen blanco y no sabemos cuánto tiempo tardará en convertirse en negro.
La postura adoptada por el desgobierno y sus afines, en cuanto se conoció que se iba a presentar la moción, fue la lógica. Anunciar que no la apoyarían, pues implicaba que ellos perderían sus puestos.
Por el contrario no entendemos la actuación de otros dos partidos, en principio opuestos al no gobierno, que también, salvo algunas dudas individuales en el sentido de una posible abstención, anunciaron su voto en contra, como efectivamente hicieron.
La incógnita nace de algo muy sencillo. ¿Cómo puedo decidir mi voto a una propuesta antes de conocerla? No olvidemos que la propuesta no era simplemente echar al gobierno títere, sino que como es lógico, llevaba aparejada una oferta de cómo proceder y unos objetivos a alcanzar. Sin saber nada de esto, que en verdad era el fondo de la cuestión, ¿ya sé lo que voy a votar?
Únicamente hay dos respuestas posibles. O poseo ciencia infusa o simplemente es el no por el no, para así intentar brillar ante algún sector de la galería., para hacer méritos ante algunos, ganarme sus votos. En definitiva no miro por lo conveniente pata mi nación, sino por lo que creo que interesa a mi partido como tal organización.
El simulacro de debate, pues el resultado estaba cantado de antemano, fue agrio. Mientras unos daban sus razones y hacían propuestas, la mayoría se centraron en ataques personales que no venían a cuento en ese momento. Nada de contrapropuestas ni cosa parecida. El caso era hablar para salir en la tele.
El resultado ha sido no solo que perdió el partido que propuso la moción, cosa que sabía ocurriría, sino que ha perdido España. Había una ocasión estupenda para que los políticos nos expusieran sus objetivos y las propuestas para alcanzarlos, pues indudablemente la pandemia que padecemos les habrá obligado a modificarlos, pero nada.
Entendemos, en consecuencia, que seguiremos asistiendo a los chanchullos y las actuaciones disparatadas y sin sentido, de los que mandan.
En estos momentos de penuria económica generalizada, la mesa del Congreso está muy ocupada en estudiar una subida de las retribuciones de los diputados, en total unos dos millones, para pagar la asistencia a las numerosas comisiones creadas, que en su mayoría no sirven para nada. Rectificamos, sirven para que cobren. Solo un partido ha anunciado su voto en contra.
Lo morados del desgobierno disponen, al parecer, de diecinueve coches oficiales, de ellos cinco su jefe. No está mal, pero aunque no concuerda con su código ético, es lo de menos. Paga el pueblo
Pregunta, ¿qué es la ética? Para la mayoría de nuestros políticos una palabra con que se llenan la boca, mientras que su único anhelo es aferrarse al poder.
