El anterior partido gobernante y ahora líder de la oposición, va a elegir, por necesidad, un nuevo presidente, y parece que quiere aprovechar la ocasión para rearmarse y redefinirse ideológicamente. Nada que objetar en principio a la tarea que se ha marcado.
Es de aplaudir, relativamente, la forma en que la nueva persona que ocupe el puesto va a llegar a él, pues hasta ahora era designado a dedo por el saliente.
Hago la advertencia de relativamente, porque como sabemos no será una elección directa de los afiliados, a una vuelta o dos, en el caso de que ninguno de los candidatos logre en la primera mayoría absoluta de votos, por lo que en la segunda se diputarían el puesto los dos más votados. Pero hay más.
Lo lógico es que todo afiliado que estuviese al tanto en sus cuotas, pudiese votar sin más requisitos. ¿A cuento de que esa preceptiva inscripción como votante, paro lo cual tiene que pagar cierta cantidad de dinero? No se me ocurre otra cosa que un deseo de querer controlar, en la medida de lo posible, todo el proceso desde un principio. El resultado es que tan solo un siete con seis por cien de los afiliados ¡qué vergüenza!, se ha inscrito. Pero claro, cuanta menos gente más fácil es inducirla o presionarla en uno u otro sentido. Además la última palabra la tendrán los compromisarios, lo que convierte en un tanto ilusoria una teórica elección directa. Es un sí, pero no.
Hay varios candidatos, lo que es muy elogiable, pero parece que no habrá debate público entre ellos. Que se sepa, ninguno ha presentado un programa ideológico, tan necesario y reclamado desde muchos ámbitos y también por muchos afiliados. Para lo que sí han tenido tiempo es para comenzar a lanzarse puyas nos a otros.
De los aspirantes, creo que tan solo cuatro tiene posibilidades reales.
Uno es un hombre joven, que hasta ahora ha ocupado puestos relativamente secundarios en el partido. Está preparado, tiene ilusión y por razón de edad, una larga trayectoria por delante. Sin embargo se ha desentendido de algunas actuaciones muy contestadas del partido, en las que si bien no participó, si apoyó.
Tenemos a una mujer, con larga trayectoria en su formación, pero que a mi modesto entender tiene demasiada ambición, pues es una acaparadora de puestos. Al tiempo que era ministra, era y sigue siendo diputada, secretaria general del partido y presidenta del mismo en una comunidad. O es un genio o el día para ella tiene setenta y dos horas. Otra alternativa es que en los dos últimos puestos, tuviese y tenga un segundo de a bordo que es quien en realidad los desempeña. En tal caso lo honesto es dejar de figurar, y que lo haga quien en realidad hace el trabajo.
Hay también otra mujer con una importante experiencia política, pero a la que achacan que en verdad no tiene una ideología definida, que podía estar en cualquier partido. Lo que sí está claro es que se montó una oficina en Barcelona para resolver el problema catalán, y lo único que logró fue que el mismo se agigantase.
En cuarto lugar está un ex ministro, ya mayor, con un innegable bagaje intelectual y amplia experiencia política nacional e internacional. Es un hombre con una ideología clara, que por su edad ya tiene su carrera hecha, por lo que seguirá siendo el mismo, salga elegido o no. No necesita el puesto para hacer curriculum.
En estas circunstancias ¿cuál es el más idóneo? Opino que el último citado. ¿Razones? En primer lugar su preparación y su experiencia, conoce perfectamente no solo la política nacional, sino la de allende de nuestras fronteras, extremo que los otros tres no pueden alegar. En segundo lugar, y creo que quizás aún más importante, el hecho de tener su carrera hecha, le permitirá hacer la limpieza de personas a todos los niveles, que el partido necesita, cosa que a los otros candidatos les resultará muy problemático, para no buscarse enemigos que el día de mañana les pasen factura y trunquen sus futuras aspiraciones.
