En el lejano oeste de cierto continente, había una tierra de promisión donde las oportunidades de prosperar, de lograr un futuro mejor, eran reales. Tanto es así, que atraía a mucha gente, en especial de allende los mares, que veía la posibilidad de alcanzar lo que en su lugar de origen consideraban imposible. Era una tierra rica, de personas pacíficas, amables y acogedoras. Durante años el progreso fue continuo, y llegó a convertirse en lo que sus habitantes no habrían imaginado tan solo medio siglo atrás.
Sin embargo, como ocurrió en otros lugares, y por diversas circunstancias, esa prosperidad no fue igual en todo el territorio, lo que por desgracia, desató el egoísmo y prepotencia de los afortunados, y los ricos quisieron ser aún más ricos, olvidándose y renegando del resto, a pesar de que gracias a ellos habían alcanzado su posición.
Al hilo de los acontecimientos, surgieron diversos personajes, clásicos en estos casos, que esbozaremos a continuación.
En primer lugar apareció el para unos, el bueno. De presencia amable y un aparente carácter conciliador, como si en su vida hubiese roto un plato. Pasó, en pocos días, de ser prácticamente desconocido, excepto en su casa a la hora de comer, a convertirse en el referente de la esquina noreste de ese territorio. Su aparente bondad, aplaudida mientras hacía lo imposible para aumentar la riqueza de los ricos, aún a costa de saltarse todas las leyes, (ellos eran superiores), se vio ensombrecida cuando huyó cobardemente al llegar el malo.
También surgió la fea. Una mujer que se autodefinía como puta, traidora, amargada y mal follada. En cuanto al primer auto adjetivo, nada que comentar, es asunto suyo si ejercía la profesión más vieja del mundo. No obstante, debía sacarle poco provecho, lo que indica a su último calificativo, y no es de extrañar, teniendo en cuenta que tenía poco que agradecerle a la madre naturaleza, puesto que aún siendo generosos, se podría decir que no era fea, tan solo difícil de ver; de ahí que estuviese amargada. Lo de traidora si le trajo problemas, pues si bien gran parte de sus partidarios siguieron confiando en ella, las dudas y recelos empezaron a aparecer. ¿Quién confía en una traidora? No obstante, hay que reconocerlo, siguió teniendo sus incondicionales, quizás su apariencia les producía algún tipo de morbo, o se consolaban pensando que más vale traidora conocida, que camuflada.
Nos queda el malo. Persona que se jactaba de ser paciente y reflexiva, para algunos en exceso. Amenazaba continuamente con actuar cuando fuese preciso, (lo podía hacer, pues tenía todos los ases en la manga), por lo que se ganó el apelativo por el que fue conocido, pero nunca llegaba ese momento. Cuando al fin se decidió, era tarde, la situación estaba demasiado deteriorada. Además, a pesar de ser el malo, su intervención fue tan suave que parecía que le tenía miedo al bueno, y solo le faltó pedirle disculpas por hacerlo.
Moraleja, ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos. Advertencia, cualquier semejanza de este cuento con alguna realidad, es pura coincidencia.
