Hasta hace relativamente poco tiempo, en las democracias, las personas ocupaban puestos en base a sus méritos personales, es decir, imperaba la meritocracia. En los regímenes autoritarios, tanto de derechas como izquierdas, lo que siempre ha imperado ha sido la meritocara.

Últimamente estamos asistiendo a muchos cambios que nos venden como grandes progresos de la humanidad, aunque en gran número son grotescos, y solo benefician a los espabilados caraduras que los aplauden.

En consecuencia nos encontramos con que alcanzan puestos, que de su hacer en los mismos depende el bienestar de una comunidad, personas que prácticamente  lo único que tienen a su favor es tener mucha cara, en el sentido que seguro todos ustedes entienden. De ahí el título de esta reflexión.

La secretaria de organización de los morados, en su reciente Fiesta de Primavera, ha desechado el esfuerzo personal aduciendo que en su opinión “en función del entorno en el que naces no vas a estar en las mismas condiciones, ni vas a tener las mismas oportunidades. Añade “el mito de la meritocracia convierte los problemas colectivos en problemas individuales, pero no te cuentan que lo que importa no es tu esfuerzo, sino muy probablemente, tu código postal, tu entorno y tu capital cultural”.

¿Qué conclusiones podemos obtener de tales razonamientos? En cualquier caso, penosas. La historia nos enseña que en todas las épocas, personas de origen humilde, tanto mujeres como hombres, han logrado con su esfuerzo personal, hacerse un sitio en la misma en diferentes ámbitos. Ahora resulta que el citado no vale para nada, que todo nos viene predeterminado por nuestra cuna.

Efectivamente a unas personas les cuesta más que a otras alcanzar los objetivos que se proponen, pero creemos que cuanto más les cuesta llegar más humanos se vuelven y más saben valorar los esfuerzos de los demás.

Es muy cómodo alegar que se proviene de una familia modesta para reclamar que prácticamente se les regale todo. Generalmente los que más cacarean que tienen los mismos derechos que los demás, se olvidan de que también tienen las mismas obligaciones.

Es muy triste que haya políticos que menosprecien la meritocracia, ello solo conduce a crear una masa de vagos, pero eso sí, vagos agradecidos que les votarán para poder seguir viviendo del cuento en base a las subvenciones y similares que reciben.

No, no se puede admitir que se imponga la meritocara. Conste que no estamos, ni mucho menos, en contra de las ayudas a las personas que las necesitan, pero claro está, a personas que se esfuerzan y trabajan, no a aquellas que adoptan la postura de que como sé que no podré conseguirlo, no hago nada.

Por desgracia en este país se está extendiendo la meritocara a muchos ámbitos. Hasta se llega a determinados puestos políticos, y derivados de ellos, por el simple mérito de ser la mujer de,  el marido de. Aunque no se está preparado, como lo demuestran los hechos, y no se tenga experiencia alguna da igual. El caso es cobrar a final de mes y figurar. Aquel que se sienta perjudicado ya sabe lo que tiene que hacer, intentar añadirse al grupo.

Si aberrante ya es la situación presente, no encontramos adjetivo para calificar la futura. Vamos a que nuestros jóvenes, nuestro futuro, tengan derecho a todo sin el mínimo esfuerzo, por lo que no valorarán nada, y en esa situación ¿en qué se convertirá nuestra sociedad? En una amalgama de borregos en la que triunfará el que más cara tenga

El camino ya está trazado. Se pasará de curso aunque se suspenda, es decir, aunque no se sepa, porque claro no se pueden hacer distinciones. En cualquier caso como ya hay personas que dirigen cátedras universitarias sin ser ni tan solo licenciados, (todos conocemos a una que lo ha logrado por ser la esposa de quien), es para preocuparse.

Ya lo saben compatriotas, a partir de ahora nada de esforzarse, échenle cara a la vida y tonto el último.

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