Vivimos en un país de contrastes. Por un lado nos faltan muchas cosas, pues tenemos bastantes carencias, tanto materiales como de otros tipos; por otro nos sobran determinadas clases de personas. Lo más grave del caso es que generalmente lo que nos falta es consecuencia de lo que nos sobra.
España atraviesa una etapa penosa de necesidad, a la que nadie creíamos, hace unos años, que pudiésemos llegar.
Nuestra economía, digámoslo sin tapujos, está ahogada. Los precios por las nubes, hasta de lo más básico; empiezan a escasear diversos productos de primera necesidad; aumenta el número de familias que ven incrementadas sus dificultades para llegar a final de mes.
Por otra parte nuestros derechos, incluso constitucionales, nos son obviados, más o menos hábilmente, cuando conviene. No existe oficialmente censura a la información, pero la misma se realiza solapadamente mediante la compra, vía subvenciones, de los medios.
En otras ocasiones se recurre a la más expeditiva falacia de declarar secreto oficial lo que no se quiere aclarar, aunque indudablemente resulte ridículo. Este es el caso del reciente viaje a Dubái de “cum fraude”; fueron cuarenta y cinco personas y duró veintiocho horas. Una vez de vuelta no hay motivo alguno para no explicarlo, no se pueden agarrar ni a razones de seguridad. Creemos que los ciudadanos, que lo hemos pagado, tenemos derecho a saber algo del mismo.
¿Quiénes son los responsables de las carencias? Pues precisamente los que sobran, que son la mayor parte de los políticos.
Hace un tiempo alguna prensa comentó que en Alemania, con siete escalas en la administración, había la cuarta parte de políticos que en nuestro país, donde solo hay cuatro. Eso ya dice bastante.
El Senado estadounidense tiene cien miembros, dos por estado. En España tenemos, al perecer, trescientos sesenta y cinco senadores. Dadas las diferencias de población y tamaño entre los dos países, y la importancia real de esas cámaras en cada uno de los mismos, ¿alguien lo entiende? En nuestro país con dos senadores por comunidad y uno por cada ciudad autónoma, treinta y seis en total, debería de llegarnos. Naturalmente tendrían que trabajar seriamente y dedicarse con exclusividad a su función, cosa que dudamos hagan la mayoría.
Recientemente la Comunidad de Madrid ha acordado reducir de ciento treinta y seis a noventa y uno el número de los miembros de su Asamblea. Inmediatamente desde varios partidos han puesto el grito en el cielo. Seamos serios. ¿Alguien puede creerse que la asamblea de dicha comunidad necesite el equivalente al sesenta y ocho por cien de los senadores estadounidenses?
Hemos citado dos cámaras españolas. Estamos convencidos que de las demás podríamos decir lo mismo, incluso del Congreso. Este último cuando no hay votaciones con frecuencia suele estar medio vacío, y cuando las hay, sus señorías solo tienen el gran trabajo de votar lo que les ha ordenado el partido.
¿No les parece que sobran políticos en España? Nosotros creemos sinceramente que sí. Que con muchos menos, pero que se dedicasen seriamente a su cometido, en vez de perder el tiempo, por ejemplo, en pelearse entre ellos, con frecuencia por cuestiones claramente personales, estaríamos mucho mejor.
El problema que supone para el pueblo la cantidad desmesurada de políticos, demasiados para nada, se acrecienta con el hecho de la caterva de personas que tienen a su servicio.
Hay muchas necesidades y sobran muchos políticos, que a pesar de la situación, tenemos que pagar nosotros, lo que aumenta las primeras.
