Hace noventa y dos años que el escritor británico Aldous Huxley publicó su novela “Un mundo feliz” No sabemos si, dado lo que vaticina en la misma, el título fue fruto de una ironía, o un desahogo ante lo que preveía que se avecinaba. Lo que si creemos es que su contenido fue una predicción que se está cumpliendo.

Ahora bien estimamos que el título más adecuado, aunque entendemos que no lo utilizase, hubiese sido “Un mundo infeliz”

La novela parece una descripción de a lo que nos encaminamos, mejor dicho, quieren encaminarnos en la actualidad. Será un mundo feliz si quienes lo manejan logran convertir a los seres humanos en simples autómatas, que ni sienten ni padecen, simplemente viven. Por el contrario, si siguen siendo personas con los atributos que les son propios, será un mundo muy infeliz, en caso de que lo logren. Esperemos y lucharemos para que no lo consigan.

En nuestro país, sus actuales dirigentes, por desgracia nos encaminan hacia ese mundo feliz. Desde que empezaron a actuar, lo han hecho de manera tal, que parece que están convencidos de su superioridad intelectual en relación al resto de los mortales. Ellos saben lo que nos conviene y tiran para adelante haciendo oídos sordos a las muchísimas, cada vez más, voces discordantes en todo.

¿Cómo lo logran? Mintiendo, bordeando la legislación y cediendo ante los independentistas. ¿Qué estos últimos quieren destruir nuestro milenario país? Da igual, si al fin y al cabo solo es una construcción artificial, que están demostrando que en el fondo a ellos les importa poco.

Como decíamos, hacen desinteresadamente lo que es mejor para nosotros, deben de tener ciencia infusa para saberlo, y consecuentemente se auto presentan como los abnegados servidores del pueblo.

El problema salta de inmediato. Se les votó en base a un programa, a unas propuestas de lo que iban a hacer, que han quedado, en su mayor parte, en aguas de borrajas. Es más, con frecuencia hacen todo lo contrario.

Creemos que bajo su punto de vista, todo ello tiene una explicación muy sencilla, consistente en que por mucho que digamos, no sabemos lo que realmente nos conviene y nos hará felices.

Seguramente, porque “es una actitud y una cuestión de principios”, todos tendremos pronto una dacha, como algunos ya la tienen desde hace relativamente poco tiempo, aunque antes renegaban de ellas.

Un ejemplo candente de lo que decimos es la nueva ley de educación. Es la primera vez que, después de la aprobación de una norma, un grupo numeroso de diputados grita en el Congreso ¡libertad! ¡libertad!, pero no hay que preocuparse, seguramente son unos carcas fascistas.

Lo que sí es cierto que la citada ley impone la inmersión lingüística en las lenguas regionales, y destroza la educación especial y la concertada. Con todo ello nos están haciendo un favor que no apreciamos, para que seamos felices. El que no quiera mandar a su hijo a un centro público, que pague una buena pasta para poder mandarlo a uno privado. Del futuro de los niños con problemas psíquicos, que tienen tantos derechos como cualquier otro, vale más no hablar, ¡que les den!. Se desconocerá la segunda lengua más hablada en el mundo, pero seremos expertos en expresarnos en un idioma que en el mejor de los casos solo lo hablaran un uno por cien de los que utilizan el español.

Para facilitarnos la vida, han creado un ministerio de la verdad, que nos dirá lo que es cierto y lo que es falso, prohibiendo esto último. Así no tendremos que usar el cerebro para pensar. ¿Podemos pedir algo más?

Lo dicho, nos quieren llevar a un mundo feliz de descerebrados.

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